Abrió la puerta de aquella tienda con la delicadeza que acompaña
a los ojos tristes. Hacía tiempo que vagaba buscando un lugar en el que
sentirse acogido por cuatro pareces y cacharros inmovilizados. El escaparate
estrafalario de la humilde tienda atrajo sus ojos y más tarde sus pies. Aquellos
objetos eran un espejo opaco que reflejaban la verdad que agujereaba cada
milímetro de su piel, dejando así entrar el frío de la melancolía ahora constante.
Había perdido tantas cosas que no lograba encontrarse en ningún lugar y las
salidas de emergencia se antojaban una salvación inútil. Por eso, cada vez que
abría una puerta no pensaba ni un segundo en escapar, ya que de lo único que
pretendía huir era de sí mismo.
Habiendo entendido la cruel realidad en la que se había sumido
se acercó al mostrador con aire resignado. La tendera lucía una sonrisa tímida
y unos ojos risueños a juego con su vestido de hojas secas de otoño. Él,
petrificado por el vacío de su interior, dijo con expresión serena:
Vengo a vender mi nostalgia...
La adorable tendera aceptó el trueque y aquel cliente
extraño que entró con la mirada impregnada de lágrimas se fue por la misma puerta con una
sonrisa tímida y unos ojos risueños.