miércoles, 21 de agosto de 2013

Puntos de reflexión.


No se puede ver más allá de donde no se mira, y lo cierto es que he mirado hacia tantos lugares que he quedado ciega. Me resigno a esta calma intranquila, negándome a creer en esa hierba pacífica que prometen. Me crecen las venas, arrimándose al desbordamiento, al tiempo que los ánimos bajan en una escalera de bomberos y gritan pidiendo socorro a inútiles oídos sordos. Las manos que se extienden con la intención de no dejarme caer, están cubiertas de aceite y se abren invitando a resvalar. Ya ni siquiera puede uno salvarse por los pelos. Cuando la voz hace reír, los silencios hacen llorar. Es por eso que se acabaron las palabras. Comienzan los puntos.





viernes, 9 de agosto de 2013

Los niños cambiarán el mundo de los adultos.

Habrá una vez, un niño sin más habilidad que la imaginación. Una mañana gris de tormenta, sentirá deseos de sacar a pasear a su sombra en compañía de caminantes ausentes. Se fijará, como siempre, en los pasos vagos y tristes que traen consigo los días de lluvia e inventará historias alegres como el Sol, que nunca se atrevería a contar a sus protagonistas. Acudirán puntuales a su cabeza las mismas preguntas: ¿Por qué los días grises entristecen?, ¿Por qué la lluvia hace llorar a los hombres y, sin embargo, da de beber a los bosques?, ¿Por qué la luz de los relámpagos no les alumbra?, ¿Por qué la melodía de los truenos les asusta?... Entre tanto, escuchará caer las gotas desde las nubes como respuesta.
Él no puede comprender porqué las tormentas resultan tan tristes para las personas de la calle, pues a diferencia de éstas, siempre le fascinan. Pero aquella mañana gris de tormenta en la que saldrá a pasear será diferente. Caminará con una sonrisa interminable sintiendo el frío de cada gota cayendo por su piel y notará cómo se mueve ligeramente más rápido que el resto de caminantes. Mirará a su alrededor desconcertado y decidirá pararse en seco. En ese instante caerá en la cuenta de que no es él quien está yendo demasiado rápido, sino que los caminantes son los que se mueven a paso lento.  Se fijará con mayor detalle en el ambiente y descubrirá que las gotas se encuentran suspendidas en el aire, como si la gravedad se hubiera desligado del mundo. Poco tiempo más tarde, todo lo que le rodea será cubierto por la inmovilidad. Todo, excepto él. Sonreirá de puro asombro y actuará conforme a la circunstancia surreal en la que se encuentra. Se preguntará: ¿Es esto un sueño?, ¿Me estaré volviendo loco?
Cerrará sus ojos fuertemente, arrugando los párpados, y los abrirá contemplando el mismo espectáculo de fantasía. Pensará entonces, que el deseo de vivir en un sueño imaginado se ha hecho realidad y decidirá no volver a intentar despertarse. Colocará un pie sobre la gota más cercana al suelo y se dará cuenta de que lo que está viviendo le sostiene. Confiará en la rigidez de los critales aparentemente frágiles, y con la mano derecha se aferrará a una gota más alta. Colocará el otro pie sobre otra cristalina pieza de agua y poco a poco irá subiendo hasta el cielo por un camino de diamantes. A medida que vaya ascendiendo, su sonrisa se irá convirtiendo en fascinación y no sentirá vértigo ni temor a la caída, sólo miedo a que el mundo despierte en una realidad a la que el niño no pertenece. Tras trepar por la escalera de lágrimas petrificadas, llegará a la nube más alta. El muchacho conseguirá así, colonizar el cielo, y nadie, en todo el mundo, podrá estar ahí para verlo.
Una vez conquistada la cima, caminará sobre la nube disfrutando de esa sensación placentera. Indagará por las cuevas de algodón, sentirá el olor a calma y gominola, jugará con los animales que forman los cirros y se echará a dormir, pues no hay mejor colchón que el de algodón de nube. Al despertar, se tumbará boca abajo y observará los rostros tristes y congelados de las personas, los paraguas ennegrecidos, las gotas de agua inmóviles en el aire y las calles que más bien parecen ríos. Con esa visión, saldrá de su cabeza el egoísmo, esa neurona que crece engullendo al resto y que sólo disminuye si nos la comemos.
Entonces, se propondrá dar luz al mundo gris de abajo. Cogerá un poco de algodón de nube y lo moldeará con sus propias manos para formar una larga soga. Cuando ésta ya sea lo suficientemente extensa, la hará girar sobre su cabeza para cazar a su objetivo. Lanzará la cuerda sobre el Sol y lo irá atrayendo hacia sí, hasta que esté lo suficientemente cerca como para ahuyentar las nubes grises. A medida que los rayos del Sol vayan alumbrando las calles e impregnen de vitalidad los rostros momificados, los pies de los caminantes continuarán su rumbo y las gotas suspendidas se evaporarán hacia el olvido. El niño, desde el cielo, quedará maravillado ante el precioso paisaje del mundo que él mismo ha creado. Escuchará las alegres historias que cuentan los vecinos por las calles, descubrirá sonrisas en rostros que nunca antes habían sido transitados por su calor, verá cómo la colada se seca al Sol y quedará conmovido ante tanta luz. La felicidad se desbordará de su corazón, se precipitará por sus ojos y lloverá sobre los hombres.

Ese día, la lluvia dejará de ser triste. Ese día, los niños habrán cambiado el mundo de los adultos.