sábado, 20 de julio de 2013

Es hora de echar a volar.


Quería comerme el mundo que más tarde habría de devorarme. Nunca supiste ver más allá de tus obstáculos temporales y al final has acabado siendo una pérdida de tiempo. Las manecillas del reloj que compartíamos, el mismo que se partió con mi partida, indican que es tarde. A pesar de todo, me alegro de haberme marchado a tiempo por la puerta de atrás mientras te escupía de frente las palabras. He llenado todos los contenedores con tu mierda y ahora esta ciudad huele a ti. Voy a exterminar con paso firme cada plaga que mandas, voy a inhalar este mal olor para purgar el aire, y aunque mis pulmones enfermen de tanta contaminación, sabré cómo limpiarme con mi propia saliva, pues no necesito el lametón de un perro ni las caricias putas del viento. Las palabras no pronunciadas me las comí, las que están ya dichas las digiero, y todo lo ocurrido lo guardo dentro para devolverlo y no dejarte volver. Quiero ahogarte entre mis células, sentir cómo te transporta mi sangre, cómo te purifican mis riñones y te expulso de mi corazón. Ya basta de romperme la espalda con tu peso. Voy a hacerte trizas sobre el papel.


Finalmente, voy a dejarte volar, ojos de cielo.