Quería
comerme el mundo que más tarde habría de devorarme. Nunca supiste ver más allá
de tus obstáculos temporales y al final has acabado siendo una pérdida de
tiempo. Las manecillas del reloj que compartíamos, el mismo que se partió con
mi partida, indican que es tarde. A pesar de todo, me alegro de haberme
marchado a tiempo por la puerta de atrás mientras te escupía de frente las
palabras. He llenado todos los contenedores con tu mierda y ahora esta ciudad
huele a ti. Voy a exterminar con paso firme cada plaga que mandas, voy a
inhalar este mal olor para purgar el aire, y aunque mis pulmones enfermen de
tanta contaminación, sabré cómo limpiarme con mi propia saliva, pues no necesito
el lametón de un perro ni las caricias putas del viento. Las palabras no
pronunciadas me las comí, las que están ya dichas las digiero, y todo lo
ocurrido lo guardo dentro para devolverlo y no dejarte volver. Quiero ahogarte
entre mis células, sentir cómo te transporta mi sangre, cómo te purifican mis
riñones y te expulso de mi corazón. Ya basta de romperme la espalda con tu
peso. Voy a hacerte trizas sobre el papel.
Finalmente, voy a dejarte volar, ojos de cielo.