jueves, 27 de febrero de 2014

El árbol de la vida, las raíces de la muerte.



Tempestad
danzan las ramas
crujen los sueños
se oye el mudo aullido
de un árbol enfermo
genial y lógico
como la ciencia expresa
imposible referencia
a la que aspiramos
hasta quedarnos sin aire
para volver a respirar el hambre
que deja el vacío existencial
Tempestad
crujen las ramas
danzan los sueños
se oye el mudo aullido
de un árbol eterno.

 


jueves, 6 de febrero de 2014

La enfermedad del sí constante.



Aún no he aprendido a decir que no. Es posible que me haya acostumbrado a sentirme obligada a complacer y que eso reduzca las posibilidades de mis acciones, al igual que la de mis propios pensamientos.
Me cuesta tomar decisiones, mucho. Prefiero que las tomen por mí mientras me dejo llevar por la vía del amoldamiento. Es realmente cómodo, pero sólo a veces, porque no siempre toca acomodarse en un sofá. En ocasiones toca acomodarse en la esquina más afilada de la ciudad en pleno invierno, pero aun así, el decir que no, se antoja una opción con infinitas trabas.
Una de las consecuencias de esta rutina insana es que para evitar la sensación de obligación, lo mejor parece ser buscar la salida de emergencia más cercana. Aunque yo la llamaría “salida preventiva” porque la emergencia surge cuando ya se ha expuesto la decisión. Esa salida preventiva consiste en huir de las personas o situaciones que tienen que ver con la decisión antes de verme forzada a tomarla. Pero una vez que huyo, me vienen a buscar aquellos que me extrañan por mi ausencia, lo cual me genera un sentimiento de obligación a volver.
Suelo ahogarme cada vez que dicen mi nombre. Es posible que sea por eso por lo que he aprendido a ensordecerme. Me rompí los oídos gritando por dentro. Estallaron y ahora sólo se escucha un eterno pitido que se asemeja al sonido de una de esas máquinas de hospitales que tienen los enfermos. En realidad eso demuestra que sigo con una rutina insana. Sigo enferma y la mente me pide reposo, pero, ¿Qué más se puede hacer?
Me parecía una crueldad tapar las bocas ajenas y pensé que mutilar mis sentidos era la solución adecuada para dejar de escuchar sus sentimientos, pero las gargantas se lastiman igual con una afonía que con una palabra no dicha. La verdadera solución era desde el principio aprender a decir que no, pero ya es demasiado tarde para aprender. Las enfermedades no se curan cuando alcanzan su estado crónico. Aun así me consuela saber que pocos se acercan a los enfermos y que si lo hacen, es para decir adiós.