No podemos cambiar el mundo. Muchas personas lo intentaron
antes que nosotros consiguiendo poco más que nada. Otros tantos viajaron en el tren
de la resignación por la vía recta del conformismo. Y así hemos llegado hasta aquí,
con la seguridad de que no merece la pena luchar por un cambio favorable porque
el resto de las personas no colaboran y sin una colaboración total de las
personas el cambio es imposible. Por eso nos resignamos. No podemos arreglar el
mundo solos porque nos pertenece a todos. Nos convertimos en caminantes
rendidos ante el cansancio que provoca la lucha por las ilusiones de mejora.
Entonces, no luches por la vida de lo que te
sostiene, por los problemas sin solución, por mantener la naturaleza viva, por
la lejana pobreza de esperanza inalcanzable, por cambiar los desérticos
corazones con sed de oro, por los agonizantes gritos de las catástrofes
naturales, por los párpados que hacen caer las lágrimas, por los vacíos que tiritan de miedo, por los estómagos que no se llenan, por los animales que mueren por capricho, por los moratones que atemorizan a la libertad, por el cielo que llora pidiendo una salvación. No luches por todas estas cosas porque no conseguirás cambiar el
mundo.
Ahora piensa en los orígenes de nuestra historia y dime, ¿De
veras crees que no ha cambiado el mundo? No te resignes...
Estamos ciegos ante un mundo antinatural. Nosotros somos ese mundo.