No se puede ver más allá de donde no
se mira, y lo cierto es que he mirado hacia tantos lugares que he
quedado
ciega. Me resigno a esta calma intranquila, negándome a creer en esa
hierba
pacífica que prometen. Me crecen las venas, arrimándose al
desbordamiento, al
tiempo que los ánimos bajan en una escalera de bomberos y gritan
pidiendo
socorro a inútiles oídos sordos. Las manos que se extienden con la
intención de no dejarme caer, están cubiertas de aceite y se abren
invitando a resvalar. Ya ni siquiera puede uno salvarse por los pelos.
Cuando la voz hace reír, los silencios hacen llorar. Es por eso que se
acabaron las palabras. Comienzan los puntos.
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