Esta noche he soñado que me enamoraba de un pez. Él vivía estancado en unas aguas sucias, de un color entre verde oscuro y gris. Yo no podía salvarle porque nos separaba un cristal. Quizás fuera la pared de un acuario o la ventana de un barco. No recuerdo mi lugar. Pero me enamoraba de un pez de piel gris y boca grande, abierta enormemente como queriendo gritar, como queriendo decirme algo o simplemente ser salvado. Yo también gritaba porque quería que me escuchara y me dijera cómo llegar a él. Un vago recuerdo me dice que también había un barco verde y viejo. Creo que él estaba atrapado ahí. Recuerdo que el pez en realidad era un hombre hechizado. Me falla la memoria. Sólo sé que me enamoraba de un pez y que ahora no quiero olvidar ese sueño.
Quizás buscar el amor en el viento no sea la respuesta porque si te enamoras de un pájaro, te ves obligado a amar la libertad con la que echa a volar.
Quizás buscar el amor en la tierra no sea la respuesta porque si te enamoras de una serpiente, te ves obligado a amar su veneno.
Quizás buscar el amor en el fuego no sea la respuesta porque si te enamoras de una chispa, te ves obligado a arder.
Quizás buscar el amor en el agua sí sea la respuesta porque si te enamoras de un pez, las olas siempre le traerán de vuelta.
Quizás buscar el amor en el viento no sea la respuesta porque si te enamoras de un pájaro, te ves obligado a amar la libertad con la que echa a volar.
Quizás buscar el amor en la tierra no sea la respuesta porque si te enamoras de una serpiente, te ves obligado a amar su veneno.
Quizás buscar el amor en el fuego no sea la respuesta porque si te enamoras de una chispa, te ves obligado a arder.
Quizás buscar el amor en el agua sí sea la respuesta porque si te enamoras de un pez, las olas siempre le traerán de vuelta.
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