viernes, 16 de mayo de 2014

El lago: Aguas de nostalgia.

Estoy en un bosque verde, pero lúgubre. Está anocheciendo y parece que el ocaso no viene acompañado de la luz de la Luna. Camino muy despacio hasta encontrar una salida. Mis pies dejan su huella en el suelo embarrado. La cola de mi vestido blanco hielo las difumina y deja tras de sí un camino fresco y llano. Sigo caminando con la mirada fija en el horizonte. Parece que hay un lago. Su agua no se mueve. Me acerco a la orilla con expresión seria, inamovible. Me paro en seco para orientarme. Me miro por dentro y escucho la paz de fuera. Todo está muy quieto, mecido por un canto secreto. No quiero romper esa armonía putrefacta y perfecta, pero tengo que seguir mi camino. Sumerjo un pie en el agua. Destruyo sin remedio el espejo de la naturaleza. Ya no veo mi rostro si miro hacia el suelo. Ahora construyo ligeras ondas que llegan a la orilla en forma de tempestades. He llegado al centro del lago. Estoy tan cerca del final del camino como del principio. Lo sé, pero vuelvo la mirada hacia atrás para cerciorarme. Mi cuerpo acompaña el giro y vuelvo a ser inerte. Veo en el extremo del que partí, unas siluetas de humo. Lucen y se mueven con el aire. Son mi familia, las distingo. Se acarician sin tocarse y bailan al compás de los árboles. Parecen felices, y es entonces cuando comprendo que se trata del pasado. No puedo acercarme a ellos. Estoy presa en el centro del lago. Esta imposibilidad de llegar a mi destino me atrapa. Pertenezco a lo que está perdido. Con ese pensamiento me doy cuenta de que el agua que me cubría la cintura, ahora se arrima a mi cuello. No llueve del cielo; llueve de mí. Mis lágrimas me están ahogando. Yo he llenado el lago en el que he quedado atrapada. Me estoy muriendo mientras veo la sonrisa de lo que una vez fue mi hogar, pero no quiero luchar por volver a ser vida. Me convertiré en una estatua en el espejo de mi alma sumergida. Me despido con los ojos cerrados. Os dejo una silenciosa muerte inadvertida.





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