martes, 6 de mayo de 2014

Querida voz callada.

Querida voz callada:

Llevo más de dos semanas aguantando el peso de tus palabras por tu vergüenza a dar la cara. Te he ocultado en mí el tiempo que he podido, poniendo gran pasión en cuidarte suavemente, pero las palabras que quieres esconder del mundo son unas gallinas que no paran de cacarear y la afonía parece no formar parte de su diccionario salvaje. Los oídos me pitan a causa de tanto ruido incomprensible y ya no aguanto más. Quizás esté acusando erróneamente a tus graznidos por convocar un alboroto inaguantable, o también es posible que al haber envasado las palabras al vacío, los ecos de los susurros hayan retornado en forma de grito. Si la cuestión atañe a este último caso, pido disculpas, porque serían mis entrañas, guardianas de tus palabras, las culpables pero, ¿No es cierto que, a veces, es tan culpable el ladrón como el cómplice, o que el secuaz mata con su silencio más que el asesino? Ambas hemos provocado este tumulto, y gritar más bajo no nos absolverá de las consecuencias. Por eso te pido que te entregues al mundo. Sal de mí y yo saldré contigo. Saquemos todos los huevos que han brotado de las gallinas y plantemos nuestros pies en terreno seguro. Tú eres mi voz, yo soy tu eco, y juntas nos vamos a hacer escuchar.

PD: Si nos tocan los huevos, tenemos gallinas de sobra.

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